Don Vasco de Quiroga, conocido como Tata Vasco entre los purépechas, nació en Madrigal de las Altas Torres, Castilla la Vieja, en fecha incierta, aunque se le ubica en torno a 1488, poblado en que nació, también, Isabel la Católica. Fue bautizado en la parroquia de San Nicolás, de ahí la gran devoción por ese Santo, cuya memoria traería a la Nueva España.
Realizó estudios en Cánones, equivalente a la carrera de Derecho, en la Universidad de Salamanca, donde recibió una formación humanista con bases filosóficas y teológicas de la escolástica, que habría de proyectar en su pensamiento y obra. Durante su estancia en la Universidad ingresó a la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, donde adquirió compromisos de servicio, protección a los débiles; a ser caritativo, casto, y luchar por la justicia. Virtudes que habría de manifestar más tarde en su vida, particularmente en la Nueva España y Michoacán, como juez, Oidor y Obispo.
Durante sus estudios de licenciado en Cánones, Vasco de Quiroga recibió una sólida formación filosófica y teología. En esos momentos España vivía una amalgama de escolástica, renacimiento español y un humanismo cristiano renovado, inspirado en el primitivo, con influencia social.
Se destacó por sus servicios a la Corona, y a los 35 años recibió del Emperador Carlos V, el nombramiento de juez de Residencia en Orán, África, donde se destacó por su combate a la corrupción, condenando, incluso, al corregidor en ese lugar. Además, logró la firma de un tratado de paz con el rey de Teremecén, incluyendo términos originales de libertad religiosa y de comercio.
Su estancia en el norte de África y posteriormente en Granada, le permitió vivir una convivencia pacífica entre españoles católicos y musulmanes, experiencia que luego le ayudaría en la Nueva España.
Su gestión fue ampliamente reconocida, por lo que de regreso a Valladolid se le ofrecieron varias opciones de trabajo.
Por su exitosa gestión en Orán y Teremecén, la Corona ofreció a Vasco de Quiroga elegir entre varios cargos: una magistratura en Castilla, una gobernación en España, un puesto en el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición o una magistratura en el gobierno de las Indias.
Para elegir entre esas opciones, Don Vasco se puso en oración para discernir. Estando en ello, un día entró a un templo. Cuando estaba meditando, escuchó el coro de los monjes que entonaba el Salmo 5, y decían:
“Sacrificad sacrificios de justicia y esperad en el Señor. Son muchos los que dicen ¿quién va a favorecernos?”
Estas palabras le impactaron y las interpretó Don Vasco como un mensaje divino, que hacía alusión a la difícil situación en que vivían los naturales en la Nueva España y que clamaban auxilio. Esto impulsó su resolución ser miembro de la Segunda Audiencia, que vendría a impartir justicia en Las Indias.
Nombrado miembro de la Segunda Audiencia, Don Vasco de Quiroga llegó a la Ciudad de México en 1531 junto con sus compañeros oidores. Este cuerpo colegiado se avocó a someter a juicio a los miembros de la Primera Audiencia, que tantas injusticias habían cometido en estas tierras. De ello resultó que, encabezados por Nuño de Guzmán, fueron condenados y remitidos a la península.
Como juez que era, Don Vasco se dedicó a un intenso y extenuante trabajo para impartir justicia. En esta tarea no se limitaba a juzgar con las normas españolas, sino que se hacía acompañar por cuatro jueces indígenas a fin de adecuar sus decisiones a los usos y costumbres de los indígenas. Esta actitud de escucha de inmediato fue reconocida por quienes buscaban justicia, por lo que se le acercaban para recibirla.
Don Vasco no se limitó a una labor profesional o como autoridad, sino que al observar cómo muchos indios vivían en la miseria y deambulaban por las calles en busca de alimento. Esta situación provocaba desorden social e impedía poner orden en la ciudad, según relató en una carta a la Corona, Por lo que ideó un remedio a ello.
Como fruto de sus reflexiones y ante la pérdida del tejido social y del fin del mundo indígena, Don Vasco ideó fundar “pueblos nuevos donde trabajando y rompiendo la tierra, de su trabajo se mantengan y estén ordenados en toda buena orden de policía y con santas y buenas y católicas ordenanzas”.
Para ello, de sus recursos, adquirió unos terrenos a dos leguas de la Ciudad de México y fundó ahí el Pueblo-Hospital de Santa Fe. Allí convocó a los naturales con cuya ayuda, se fue desarrollando una ciudad que llegó a contar con cerca de 30 mil habitantes.
En el nuevo pueblo se empezó a instruir a sus habitantes en diferentes oficios, se impartía instrucción y se les evangelizaba. De esta manera se restablecía entre los habitantes del mismo el tejido social a través de la práctica de la solidaridad.
Al percatarse del amor con el que Don Vasco de Quiroga se preocupaba y ocupaba en remediar los males que padecían los indígenas, sus compañeros acordaron asignarle la tarea de ir a impartir justicia a la Provincia de Michoacán, donde Nuño de Guzmán y los encomenderos abusadores habían abusado a los indios.
Los purépechas se habían dispersado después de que Nuño había atormentado y matado al rey Caltzontzin, a pesar de que él no había ofrecido resistencia a los españoles, había pactado con ellos y se había convertido al cristianismo.
Este hecho había generado gran desconfianza entre los habitantes de estas tierras, por lo que se habían dispersado por las montañas quienes no habían sido sometidos y esclavizados en las minas. Sin embargo, con la llegada de Don Vasco, que lo hizo pacíficamente y con disposición para impartir justicia imparcialmente, poco a poco empezó a superarse esa situación. Su bonhomía y buen trato impresionó a los naturales.
Desde su llegada a Michoacán, Don Vasco declaró a los purépechas su intención de construir un pueblo al modo de Santa Fe de México, y puso como testigos de su beneficio a los nahuas que lo acompañaban. Al mismo tiempo les expresó el modo de vida que deberían tener, las costumbres que deberían abandonar y los exhortó a abandonar sus ritos e idolatrías, pero de tal manera y sin forzarlos, que los indios empezaron a acatar esas disposiciones.
Al frente de ellos, el Gobernador Don Pedro separó a tres de las cuatro mujeres que tenía para asumir el matrimonio monogámico. A poco de haber llegado, ya se había restablecido el tejido social e imperaba un clima de paz en la ciudad y se fue construyendo el Pueblo-Hospital de Santa Fe de la Laguna, a orillas del Lago de Pátzcuaro, con las mismas reglas y ordenanzas que el Pueblo-Hospital de Santa Fe de México. Se inició así una epopeya de evangelización y civilización.
Los Pueblos-Hospital de Don Vasco tenían como razón de ser vivir en familia, en buena policía (política), trabajar bien y formar cristianos “a las derechas”. Para ello los organizó en grupos que llamaba familias, distribuyó cargos y un sistema democrático de elección, asignó responsabilidades, enseñó artesanías y agricultura, estableció un área de salud y asignó médico.
Al mismo tiempo que organizaba a los adultos, estableció un sistema educativo para los niños, en el que se combinaba la catequesis, el aprendizaje de las letras y el trabajo agrícola. En su sistema escolar también se admitía a niñas, enseñándoles las actividades femeninas de la época.
Aunque en la fundación de estos pueblos Don Vasco canalizó sus recursos inicialmente, la idea era que fueran autosustentables, cosa que logró.
Desde el inicio, Don Vasco inculcó a los indígenas a ser solidarios con los necesitados, compartiendo bienes y conocimientos. Convencido de la maleabilidad de los indios, ellos respondieron a sus expectativas.
La obra que Don Vasco realizaba impresionó a todos, al grado que cuando se acordó establecer el Obispado de Michoacán, al no aceptar el cargo Fray Luis de Fuensalida, el Obispo de México, propuso a Don Vasco de Quiroga, laico célibe, como candidato. Su argumento eran las obras realizadas y su ejemplo de vida austera, su actuación como juez, el haber gastado sus recursos en los pueblos-hospital, por su humildad y sabiduría.
En carta dirigida al Emperador Carlos V decía: que sus obras de misericordia “nos han de hacer vergüenza a los obispos de acá, presertim (también)a los frailes”. Fue así como el Papa Paulo III lo nombró primer obispo de Michoacán. Para ello antes tuvieron que imponérsele las órdenes menores y mayores en forma sucesiva.
Tomó posesión de su sede en Tzintzuntzan en agosto de 1538, con solo la bula de su nombramiento, y finalmente fue consagrado por el obispo Fray Juan de Zumárraga en 1539.
Por considerar que Pátzcuaro tenía mejores condiciones que Tzintzuntzan, trasladó allí la sede episcopal. Desde ahí continuó su labor evangelizadora, civilizadora y educativa, fundando nuevos hospitales, distribuyendo los oficios artesanales entre los pueblos para que en lugar de competir se complementaran, fundó el Colegio de San Nicolás, que vendría a ser más tarde Universidad.
Allí recibió a españoles, criollos e indígenas para educarlos. En dicho Colegio formó a sus futuros sacerdotes, anticipándose a los seminarios que ordenara el Concilio de Trento. En viaje a España consiguió del Emperador grandes favores para su diócesis y el Colegio de San Nicolás.
También inició la construcción de lo que quería fuera una gran catedral y hoy es el Santuario de Nuestra Señora de la salud, imagen que fue fabricada de pasta de caña por encargo suyo. Recorrió su vasta diócesis y el amor a los indios le fue correspondido llamándolo “Tata”, es decir padre. Murió en Pátzcuaro, en olor de santidad, el 14 de marzo de 1565.